Había una vez un alumno que no quería ser.
Texto escrito para """"conjugar""" pensamientos poco recurrentes.
Escribe Daniel Peralta.
Alguna vez fui
alumno. Tal vez ahora mismo lo esté siendo. El gerundio me acompaña a donde
vaya, como aquellos recuerdos que van viniendo.
Pucha si la profe de lengua supiera que su alumno no está escribiendo
como ella lo estaba enseñando. Con los tiempos verbales adecuados a lo que uno
se tenía que ir acostumbrando.
Yo no quería ser,
yo no quería ser educando, nunca me gustó esa parte. La otra tampoco, digo la
de docente, que hoy me está tocando. Nunca quise, hasta que me fui enterando
que la única forma de cambiar las cosas es desde la trinchera de la educación. Como toda
trinchera, es jodida vea. Tan jodida que fui descubriendo como mis ex
profesores se iban muriendo.
Desde que egresé
en 1996 a la fecha, me he ido enterando
que tres docentes a temprana edad se han ido muriendo de cáncer. Que
enfermedad fulera y caradura que llega sin avisar y siempre sale ganando. ¿Por
qué el cáncer ataca a quien está enseñando?. Cuál será el veneno que se va
inoculando. La pregunta no es altruista. La pregunta es de un profesor que sin
querer queriendo se fue enamorando de la docencia y hoy recuerda con profundo
cariño a esos docentes que dieron su vida.
Me dirán no fueron
a una guerra, me dirán no estuvieron en batalla. Yo les responderé que en la
diaria, fueron soldados, padres y más. Estuvieron, quizás nunca lo supieron,
luchando contra un monstruo de múltiples cabezas. El que todos enfrentamos en
distintos ámbitos de resistencia.
Sin embargo, voy
haciendo algunas aclaraciones. Soy docente, soy decente. No quiero ver gente
morir. No quiero ver gente ir muriendo. Soy docente y lo que voy escribiendo es
lo que voy viendo de la muerte breve y lenta. Que es la muerte de la
conciencia. La muerte de la no vivencia.
Cada vez son más
las carpetas médicas, psiquiátricas y pedidos de cambio de ámbito laboral. ¿Qué
es lo que va enfermando, porque no lo estamos preguntando?. Yo no quería ser
alumno porque iba viendo que algo no cerraba. Yo no quería ser docente
porque, dicen, es contagioso. No se puede hallar cura cuando no se sabe la
enfermedad. Pero podemos tener piedad y empezar a reflexionar.
Había una vez un
alumno que no quería seguir siendo. Siendo alumno de un sistema en que sus
profesores caían como soldados en batalla contra una potencia invencible. Había
una vez un alumno que quería ser gerundio y eligió enseñando. Ese alumno soy
yo, ese docente soy yo, y acá me encuentro siendo, o tratando de serlo.
El gerundio es
una forma no personal que expresa duración de la
acción verbal, y si hablamos de la vida, nos resulta que a la larga nada tiene
medida. ¿Por qué sufrir?, ¿por qué pensar que algunos murieron en pasado y no
pensar que aún están muriendo?. Por qué no pensar también que hay otros tantos
miles que están naciendo. Hace más ruido un árbol al caer que miles germinando.
Está
naciendo un tiempo de reflexión. Está naciendo un tiempo de cuestionar lo que
venimos haciendo. La patronal no se dio cuenta. Pero el nuevo docente está
naciendo. No queremos más caídos, queremos más nacidos a una forma de docencia
que despierte la conciencia. Que salga de la trampa del sistema y que sea
acción como el gerundio.
El gerundio es
impersonal, el patrón también lo es. Lo que enferma es lo despersonalizante. Lo
que mata es la soledad de la conciencia, para ella no hubo ni habrá remedio más fuerte que el
amor. Así es pues que vayan amando para ir encontrando paz. Aquí no habrá
salubridad si nos olvidamos del ser. Un verbo medio jodido, le llaman
irregular, lo irregular es que la escuela se esté olvidando de amar.
Ya me fui
olvidando de redactar, como me enseñaban mis profes, ya me estoy olvidando de
ir escribiendo como le enseño a mis alumnos, en prosa o en verso, lo mismo da.
Será tiempo de ir olvidando lo malo e ir recordando lo bueno. Al fin de cuenta
ir recordando es ir pasando por el corazón. Y si pasa por el bobo se queda y se
hace piel. Tal vez estemos sanando las heridas del ayer. ¿Qué heridas podrán
preguntarme?. Las heridas de pensar y no sentir, las heridas del mentir y no
poder decir. Las heridas de escribir lo que otros no pudieron decir. Las
mentiras de escribir como otros nos enseñaron a sentir.
Dejando los
gerundios se me apareció el infinitivo, una forma que no expresa tiempo, persona ni número. ¿Y
si agregamos vivir, querer y amar a nuestras prácticas?, tal vez perduremos en
el tiempo y verdaderamente aprendamos a conjugar, seamos más “persona” y los
números se esfumen. Pues los números son eso, sólo números, no dan vida.
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